El periodo inicial de separación o divorcio de los padres es una situación estresante en cuanto supone una ruptura de un esquema preconcebido acerca de la estructura familiar, que puede llegar a exceder los recursos de comprensión y afrontamiento del individuo. Incluso en las situaciones con elevada conflictividad entre los cónyuges la mayoría de los niños parecen no estar preparados emocionalmente para la separación, pudiendo reaccionar con ansiedad, ira e incredulidad (Hetherington et al., 1982: Wallerstein y Kelly, 1977).
A menudo los hijos no son informados adecuadamente por sus padres acerca de la separación o divorcio así como de las consecuencias y cambios que va a generar en la vida familiar y personal. En estos casos, se ven obligados a afrontar la situación por su cuenta, lo que puede causar sentimientos de aislamiento y confusión (Dunn et al., 2001; Smart y Neale, 2000).
Por otro lado el hecho de vivir con ambos progenitores, cuando la relación entre estos ya no funciona, no garantiza un ambiente adecuado tanto para los padres como para los hijos (Cummings y Davies, 1994; Amato et al., 1995).
A pesar de que existen diferencias en el bienestar psicológico de los hijos de matrimonios que funcionan y los que no, también es cierto que la mayoría de los hijos de padres divorciados logran un ajuste emocional adecuado a su nueva situación familiar (Amato, 1994,2001; Barber y Demo, 2006; Hetherington, 1999). Este éxito resulta estrechamente relacionado con el ejercicio de la coparentalidad y con una adaptación adecuada de los propios padres a la situación de divorcio (Bonach, 2005; Yárnoz-Yaben, 2010; Kelly y Emery, 2003).
El estado emocional de los padres condiciona de forma relevante el ajuste de los hijos, en cuanto pueden transmitir sus estados emocionales a los hijos a menudo de forma involuntaria. Diferentes investigaciones (Yárnoz-Yaben, 2008, 2009 y 2010) han demostrado que existen algunas variables clave en la adaptación al divorcio de los progenitores (e indirectamente de los hijos): la capacidad de perdonar a la ex-pareja, la propia satisfacción vital, el estilo de relación (o de apego) general de la persona y el ejercicio de la coparentalidad.
La coparentalidad consiste en la interacción positiva y cooperativa entre los progenitores que, a pesar de no convivir, siguen apoyándose mutuamente con el objetivo de criar a sus hijos e implicarse activamente en su vida (Ahrons, 1981). La situación de coparentalidad no sólo beneficia a los menores, sino que también favorece el establecimiento de relaciones más ajustadas y sanas entre los ex cónyuges (Arditti et al., 1997; Madden-Derdich, 1997, 1999).
Referencias
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