La frustración es una sensación negativa que solemos experimentar cuando no obtenemos lo que queremos. Cloninger (2003) la define como la sensación derivada de un bloqueo del comportamiento dirigido a una meta, dejando insatisfecha una necesidad.
La capacidad de tolerar situaciones problemáticas y la habilidad para enfrentarse tanto a la frustración como a la situación que la genera, determinan el efecto sobre nuestro estado de ánimo.
Ya desde la infancia estas situaciones problemáticas aparecen de forma inevitable y forman parte del desarrollo normal del niño conforme comience a explorar y relacionarse con el entorno.
Entre estos aprendizajes se pueden destacar:
- Habilidades de resolución de conflictos.
- Capacidad de autorregulación, manejo emocional y conductual.
- Autoeficacia.
- Fortalecimiento de la autoimagen y autoestima.
- Habilidades de afrontamiento.
- Capacidad de dejarse consolar, ayudar y aprender a pedir ayuda.
El papel de la interacción en la regulación emocional
Los estilos de regulación emocional que se evidencian a lo largo de la infancia juegan un papel importante en las interacciones del niño con sus iguales (Rubin et al., 1995). La habilidad para manejar el malestar y la ira derivados de las situaciones frustrantes es clave en la adaptación posterior del niño. Estas habilidades se consolidan alrededor de los 3 años y servirán de base para el desarrollo tanto del autocontrol (Kopp, 1982; Calkins et al., 1992, 1994; Fox et al., 1993; Stifter et al., 1990) como de diversas competencias sociales (Rubin et al., 1995).
Puede darse el caso de que las reacciones negativas ante la frustración se relacionen con la falta de desarrollo de unas habilidades de afrontamiento adecuadas. Como consecuencia, cuando los niños afrontan estas situaciones pueden verse sobrepasados, experimentar malestar y mostrar comportamientos menos adaptados a la situación o agresivos. Tanto los elevados niveles de activación emocional como una escasa regulación juegan un papel relevante en la aparición del comportamiento agresivo (Eisenberg et al., 1994, Fabes y Eisenberg, 1992).
Algunas de las características de los niños con baja tolerancia a la frustración son las siguientes:
- Dificultades de control emocional,
- Impulsividad e impaciencia,
- Escasa flexibilidad y adaptabilidad, necesidad de satisfacción inmediata de necesidades y elevada exigencia,
- Marcado egocentrismo.
¿Qué pueden hacer los padres?
Enseñar a priorizar. En algunas ocasiones, en especial en los primeros años de vida, cuando un niño no consigue alcanzar lo que desea de forma inmediata es común que aparezca una reacción de enfado para demostrar su disconformidad (rabieta). Enseñar que sus necesidades no siempre son primordiales o que no podrán ser satisfechas inmediatamente es útil para que aprenda a reestructurar sus peticiones o retrasar la satisfacción, aprendiendo que a veces un deseo puede no alcanzarse.
Evitar la sobreprotección. Aunque para todos los padres resulta complicado permitir que sus hijos experimenten situaciones desagradables, para el niño es fundamental experimentar tanto lo bueno como lo malo. Esto no significa pensar que el niño tiene que buscarse la vida por su cuenta, sino que hay que darle la oportunidad de experimentar tanto emociones positivas como negativas, con el consuelo y apoyo de los padres cuando sea necesario. De esta manera se proporciona al niño la autonomía necesaria para aprender a controlar sus impulsos y gestionar las propias emociones (autorregulación).
Se ha demostrado que los niños con escasa tolerancia a la frustración recurren más a menudo a sus padres cuando se encuentran con un problema (Calkins et al., 1998).
Un apoyo exagerado y sobreprotector puede desembocar en una mayor dependencia en etapas posteriores, ya que refuerza una necesidad de apoyo y regulación externa (heteroregulación).
Completar las tareas de los hijos y resolverle todos los problemas (en lugar de permitirles hacerlo por sí mismos), puede desembocar en dificultades de afrontamiento y baja tolerancia a la frustración.
Fomentar la autoevaluación y el aprendizaje. Cuando cometemos un error resulta fundamental enfatizar los elementos positivos frente a los negativos. Si el niño se equivoca, debemos procurar hacerle ver qué ha hecho bien y comentarle su error, en vez de limitarnos a remarcar lo erróneo de su conducta. De esta manera, le enseñamos a autocorregirse y le proporcionamos alternativas para dificultades futuras y para valorar su conducta.
Evitar el “cuando tú te enfadas yo también me enfado”. Cuando un niño comete un error, se frustra, es agresivo, tiene una rabieta, la reacción de los padres no debe ser ponerse a su mismo nivel. Demostrar ira o agresividad es una forma que tiene el niño de expresar su malestar ante una frustración. Como consecuencia, es probable que aparezcan sentimientos similares en los padres. En este momento lo ideal es respirar hondo y utilizar la situación para proporcionar a nuestro hijo un modelo adecuado de gestión emocional y autorregulación.
Referencias
Calkins, S.D., Dedmon, S.E., Gill, K.L., Lomax, L.E., Johnson, L.M. (2002) Frustration in infancy: implications for emotion regularion, psycsiological processes and temperament. Infancy, 3, 175-198.
Calkins, S.D. y Johnson, M.C. (1998) Toddler regulation of distress to frustrating events: Temperamental and maternal correlates. Infant Behavior and Development, 21, 379-395.
Calkins, S.D. (1994) Origins and outcomes of individual differences in emotional regulation. En N.A. Fox (Ed) Emotion Regulation: Behavioral and biological considerations. Monographs of the Society for Research in Child Development (2-3 serial nº 240), 53-72.
Calkins, S. D. y Fox, N.A. (1992) The relations among infant temperament, security of attachment and behavioral inhibition at 24 months. Child Development, 63, 1456-1472.
Cloninger, S. (2003) Teoria de la personalidad. Prentice Hall México
Fabes, R. y Eisenberg, N. (1992) Young children’s coping with interpersonal anger. Child Development, 63, 116-128.
Fox, N.A. y Calkins, S.D. (1993) Pathways to aggression and social withdrawal: Interactions among temperament, attachment and regulation. En K. Rubin y J. Asendorpf (Eds) Social withdrawal, shyness and inhibition in childhood (pp.81-100) Hillsdale, NJ: Lawrence Erlbaum
Kopp, C. (1982) Antecedents of self-regulation: A developmental perspective. Developmental psychology, 25, 243-254.
Rubin, K.H., Coplan, R.J., Fox, N.A. y Calkins, S.D. (1995) Emotionality, emotion regulation and preschooler’s social adaptation. Development and Psychopathology, 7, 49-62
Stifter, C.A. y Fox, N.A (1990) Infant reactivity: Physiological correlates of newborn and 5-month temperament. Developmental Psychology, 26, 582-588.
© Psise: Servicio de Psicología Clínica del Desarrollo. Unidad de Observación y Diagnóstico Funcional.