¿Cómo afectan a los hijos las discusiones entre los padres?

La conflictividad entre padres puede influir negativamente en la adaptación social de los hijos tanto en términos de conducta como de estabilidad afectiva, dependiendo de la intensidad, frecuencia y exposición a estos acontecimientos (Cummins et al., 1999; Echeburúa et al., 1998; Harold et al., 1997; Manassis, 2001; Martinez-Plampiega et al., 2009; Neighbors et al., 1997; Shaw et al., 2001; Smith et al., 1991b; Grych et al., 1990).

Además, la manera de solucionar las discusiones de los padres tiende a reflejarse en las estrategias de resolución de conflictos de los hijos, a menudo extendiéndose a su forma de relacionarse con los demás (Cassidy et al., 1992; Cummings et al., 1989, 1991; Justicia et al., 2011).

Cuando los hijos presencian de forma directa conflictos intraparentales intensos y frecuentes existe mayor probabilidad de consecuencias negativas, desde la aparición de síntomas afectivos hasta consolidar comportamientos desadaptativos.


¿Qué es un conflicto?

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Un conflicto es una situación de oposición o desacuerdo entre personas que se encuentra presente en mayor o menor medida en todas las relaciones interpersonales. Se trata de una situación que en principio afecta únicamente a las personas implicadas, pero que, sin embargo, se puede extender al entorno cercano de forma directa o indirecta.

  • La extensión directa supone el aumento del número de personas en desacuerdo, ya sea debido a sus distintos intereses o a la existencia de intereses comunes.
  • La extensión indirecta está más relacionada con las consecuencias del conflicto en sus participantes, tanto a nivel conductual o ambiental, como cognitivo y emocional.

Las consecuencias emocionales del conflicto varían en función de factores como las características de personalidad de los implicados, la intensidad, frecuencia y forma de resolución del mismo (Grych et al., 1990).Así, podemos encontrarnos con situaciones conflictivas con consecuencias positivas, donde se generan también sentimientos de alivio o alegría, o negativas, donde aparecen malestar, ira o sentimientos de culpa.

En el caso de las discusiones entre padres, y teniendo en cuenta la gran variabilidad de consecuencias del conflicto, debemos preguntarnos en qué situaciones y qué dimensiones pueden conllevar consecuencias en los hijos.

  • La internalización consiste en un control excesivo de las emociones que conlleva fuerte timidez, demanda de atención, sentimientos de inutilidad, inferioridad y dependencia (Achenbach, 1991; McCulloch, Wiggins, Joshi & Sachdev, 2000).
  • La externalización se refiere a comportamientos caracterizados por un bajo control de emociones, dificultades en las relaciones interpersonales, en el respeto de las reglas, irritabilidad y agresividad (Achenbach, 1991; H
    inshaw, 1992).

Conflicto intraparental y comportamiento de los hijos

Un gran número de estudios en las últimas décadas han demostrado que los hijos de padres divorciados que se mantienen en conflicto presentan un riesgo elevado de problemas de conducta, en las relaciones sociales, trastornos emocionales, ansiedad y fracaso escolar (Amato, 2000; Emery, 1982, 1988). De forma similar, diversos estudios han indicado que el conflicto entre los padres en matrimonios en convivencia también tiene un impacto negativo en el ajuste psicológico de los hijos (Emery, 1982; Amato et al., 1997; Emery, 1988; Krishnakumar et al., 2000).

La observsad-child-1759986_1920ación directa de conflictos intraparentales es un estresor para los hijos que pueden reaccionar con miedo, ira o inhibición de su comportamiento habitual (Cummings, 1987). En edades prescolares, cuando los niños demuestran un mayor egocentrismo, pueden llegar a culparse a sí mismos del conflicto, resultando en sentimientos de culpa y baja autoestima (Grych y Fincham, 1990).

La hostilidad entre los padres crea un ambiente familiar aversivo en el que los hijos pueden experimentar estrés, inseguridad y tristeza (Maccoby y Martin, 1983), exponiéndose a la aparición de síntomas ansioso-depresivos (Cabrera et al., 2006; Castro et al., 2002; Monroy, 2002).

Otras investigaciones subrayan que a una mayor conciencia por parte de los hijos del conflicto entre los padres corresponde mayor probabilidad de que aparezcan problemas emotivo-relacionales (Enos et al., 1986; Farber et al., 1985; Slater et al., 1984) como trastornos de conducta (Johnson et al., 1987; Jouriles et al., 1989; Wierson et al., 1988), agresividad (Jacobson, 1978, Johnston et al., 1987), conductas antisociales (Emery et al., 1984; Peterson et al., 1986), depresión (Johnston et al., 1987; Peterson et al., 1986) y ansiedad (Long et al., 1987; Wierson et al., 1988).

infancia-3Algunos estudios han encontrado una relación directa entre el conflicto intraparental y la competencia social (Emery et al., 1984; Long et al., 1987), cognitiva y las calificaciones escolares de los hijos (Long et al., 1987, Wierson et al., 1988). Esto indica que experimentar situaciones en el hogar con continuas tensiones físicas o verbales puede suponer un ejemplo de que los desacuerdos se resuelven a través de discusiones.

De esta manera este modelo conflictivo intraparental llega a interferir en la adquisición de herramientas adaptativas y asertivas de resolución de los conflictos. Como resultado, los hijos pueden no desarrollar habilidades sociales de negociación, imprescindibles en el establecimiento de las relaciones entre iguales (Amato et al., 2001).

Otros estudios demuestran que en algunas ocasiones los hijos pueden ser arrastrados al conflicto entre los padres, forzando que tomen partido, lo cual puede tener como resultado el deterioro general en las relaciones padres-hijo (Amato, 1986; Johnston et al., 1989).

Considerando que desde edades muy tempranas somos capaces de percibir las tensiones que nos rodean, existe la posibilidad de que el estado afectivo de los padres se transmita de forma indirecta a los hijos, condicionando su nivel de ajuste emocional. Además, la simple carga emocional de una conversación permite presentir el conflicto, independientemente de que este sea comprendido o no por el hijo. Por otro lado, el malestar generado por la discusión en los padres puede mermar su efectividad en el trato y cuidado de los hijos (Hetherington et al., 1982, Wallerstein et al., 1980), influyendo en la calidad de la interacción con ellos (Davies et al., 1994; Hetherington et al., 1992).


Dimensiones del conflicto: intensidad, frecuencia y resolución 

Algunos estudios señalan la intensidad del conflicto como único factor capaz de generar dificultades de adaptación en el niño (Hetherington et al.,1982). Otros defienden la existencia de dimensiones ulteriores cómo la frecuencia y las modalidades de resolución del desacuerdo, relacionadas con en el nivel de estrés y problemas de adaptación del hijo (Grych et al., 1990).

El conflicto entre padres puede variar en su intensidad, desde la discusión calmada a la violencia física. Es posible que la exposición a conflictos de baja intensidad, incluso cuando estos ocurren de forma frecuente, no se relacione necesariamente con dificultades en los hijos, y que únicamente tenga efectos si implica hostilidad explicita o agresión física. Johnston et al. (1987) han señalado que el grado de agresión física y verbal entre los padres en trámite de divorcio está relacionado con problemas de comportamiento de los hijos incluso dos años después de la separación. En estos casos los síntomas registrados se relacionaban con quejas somáticas, aislamiento y un mayor número de síntomas de internalización y externalización (Achenbach y Edelbrock, 1983). En casos de violencia familiar, otros estudios han reportado correlaciones entre estos conflictos intensos y marcados problemas de conducta en los hijos (Jouriles et al., 1989; Wolfe et al., 1985).

En cuanto a la frecuencia, la exposición repetida a discusiones entre los padres puede sensibilizar al niño ante estas, conduciéndole a una menor adaptación social en su entorno extrafamiliar (Johnston et al., 1987, Long et al., 1987; 1988, Porter y O’Leary, 1980; Wierson et al., 1988).

La forma en que las discusiones son resueltas en algunos casos puede ser un elemento moderador del impacto que estas causan en los hijos. Cuando los padres resuelven sus conflictos de forma exitosa, se proporciona un modelo positivo de resolución y, consecuentemente, una mayor competencia tanto social como de afrontamiento (Cassidy et al., 1992; Cummings et al., 1991; Justicia et al., 2011). Por el contrario, una resolución poco adecuada puede producir tensiones continuas en la familia, una mayor frecuencia de episodios de conflicto y un modelo inadecuado de afrontamiento. En este sentido, Cummings et al., (1989) señala que los niños de entre 6 y 9 años reportan menor nivel de afecto negativo cuando las discusiones entre adultos tienen como resultado una clara resolución frente a los casos en que el conflicto permanece sin resolver.


Consecuencias en los hijos

Las discusiones intraparentales pueden tener un efecto tanto en la aparición de conductas de tipo externalizante (Neighbors et al., 1997; Shaw et al., 2001; Smith et al., 1991b) como internalizante (Cummins et al., 1999; Echeburúa et al., 1998; Harold et al., 1997; Manassis, 2001; Martinez-Plampiega et al., 2009). Algunas investigaciones ponen de manifiesto que los niños más pequeños tienden a volverse más internalizantes, ansiosos, retraídos e inseguros a largo plazo (Cummings et al., 1994; Frosh et al., 2001).

A pesar de ello, boy-1867332_1920la gran mayoría de investigaciones apuntan a una mayor prevalencia de consecuencias de tipo externalizante en los hijos (Buehler et al., 1997; Ramirez, 2004). Para Justicia y Canton (2011) esta relación puede explicarse por efecto del modelado, en cuanto que, la frecuente exposición a conflictos puede suponer un aprendizaje del comportamiento agresivo como estrategia apropiada de resolución del desacuerdo.


Factores protectores 

Las circunstancias familiares estresantes como las discusiones intraparentales pueden afectar al bienestar emocional del hijo dependiendo de la inseguridad acerca de que sus necesidades emocionales seguirán siendo cubiertas por sus padres (Davies et al., 1994). Por otra parte, la valoración que los hijos hagan del conflicto emocional se encuentra relacionada con su evaluación del nivel de hostilidad en la relación padres-hijo (Harold et al., 1997).

Existe etemprano-2videncia que sugiere que una relación positiva entre padres e hijos es beneficiosa para los segundos (Licitra-Kleckler et al., 1993; Marcus et al., 1996) y que dichas relaciones pueden constituir un factor de protección para los jóvenes que viven en ambientes conflictivos (Brody et al., 1990; Katz et al., 1997).

La existencia de vínculos de apego fuertes con los pares en la adolescencia también puede operar como factor de protección para la salud mental de los hijos, proveyendo una mayor seguridad acerca de la cobertura de sus necesidades emocionales a pesar del clima familiar. Las relaciones positivas con los iguales han sido asociadas a menores niveles de comportamiento externalizante (Brownfield et al., 1991; Hoge et al., 1996 y Marcus, 1996), menores conductas de tipo internalizante (Licitra-Kleckler et al., 1993) y un mayor bienestar psicológico (Jenkins et al., 1990).

No olvidar que la calidad de la supervisión de las conductas del niño o adolescente, siempre en niveles moderados, también constituye un factor protector en los casos de familias conflictivas, operando como prevención de conductas disruptivas que desafíen las expectativas parentales (Brook et al., 1990). Además, una supervisión adecuada puede transmitir al niño que sus padres siguen involucrados e interesados en su bienestar a pesar de su desacuerdo con la pareja.

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Recorriendo la literatura científica sobre el argumento, resulta indudable que la conflictividad intraparental influye y provoca malestar en los hijos, hasta traducirse en problemas de adaptación y conducta (El-Sheikh et al., 2007; Epstein et al., 2002) tanto a nivel internalizante como externalizante (Cortés, 2002; Neighbors et al., 1997; Mosmann et al., 2008; Ramírez, 1999). La internalización y la externalización son dos tipos de dificultades emocionales, manifestaciones de un híper/hipo regulación emocional y conductual del niño o del adolescente (Eisenberg, Fabes, Murphy, Maszk, Smith & Karbon, 1995; Gray & McNaughton, 2000).

violencia física. Es posible que la exposición a conflictos de baja intensidad, incluso cuando estos ocurren de forma frecuente, no se relacione necesariamente con dificultades en los hijos, y que únicamente tenga efectos si implica hostilidad explicita o agresión física. Johnston et al. (1987) han señalado que el grado de agresión física y verbal entre los padres en trámite de divorcio está relacionado con problemas de comportamiento de los hijos incluso dos años después de la separación. En estos casos los síntomas registrados se relacionaban con quejas somáticas, aislamiento y un mayor número de síntomas de internalización y externalización (Achenbach y Edelbrock, 1983). En casos de violencia familiar, otros estudios han reportado correlaciones entre estos conflictos intensos y marcados problemas de conducta en los hijos (Jouriles et al., 1989; Wolfe et al., 1985).