Desenvolverse en el manejo emocional

Un buen manejo emocional favorece el adecuado desarrollo de las relaciones interpersonales, la resolución de conflictos, el aprendizaje en general, además de contribuir a la salud física y mental del individuo.

A pesar de que las emociones se consideran disposiciones a la acción que nos permiten adaptarnos al entorno, un manejo inadecuado de las mismas puede conducirnos al extremo opuesto, es decir, a la desadaptación y al malestar. En función del ambiente y de las características de las situaciones-estímulo, la respuesta generada por una emoción en ocasiones puede o debe ser retrasada, inhibida o modificada con el fin de lograr una respuesta lo más adaptada posible a las circunstancias (Bradley et al. 2005).

A lo largo de la vida necesitamos aprender a identificar, comprender y gestionar emociones diferentes (primarias y secundarias), intentando mantener un equilibrio entre el bienestar personal, las relaciones sociales y nuestras competencias de adaptación en diferentes contextos socio-culturales (Vingerhoets et al. 2008).

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Un componente fundamental para un buen manejo emocional tanto en los niños como en los adultos es la regulación emocional. La regulación emocional es la competencia para modificar una respuesta emocional en una específica situación-estímulo tanto positiva como negativa, adaptándola a las demandas del entorno y del contexto (Block y Block, 1980; Kopp, 1982; Rothbarth, 1989). A menudo estamos más familiarizados con el intentar disminuir nuestras emociones negativas en situaciones-estímulo específicas evaluadas como tales, ignorando que, en otras ocasiones, necesitaríamos lograr gestionar también la fuerte activación que pueden conllevar las emociones positivas (Parrot, 1993; Gross, 2007).

La regulación emocional

La regulación emocional cumple una función relevante tanto en la adaptación social del individuo como en su bienestar físico y mental. Eisenberg y Fabes (1992) han propuesto un modelo que relaciona la intensidad de la emoción, las competencias de autorregulación y el funcionamiento social del individuo. Cuando aparece una alta emocionalidad negativa, si no se sabe gestionar, ésta puede derivar en problemas de conducta de distinto tipo en función del nivel de desarrollo de la regulación emocional alcanzado por el individuo. Por ejemplo, cuando un individuo presenta una baja capacidad de regulación emocional y un bajo control comportamental, puede llegar a manifestar problemas de conducta de tipo externalizante, es decir un escaso control de las propias reacciones. Por otro lado cuando un individuo presenta una baja capacidad de regulación emocional y un alto control comportamental puede llegar a desarrollar problemas de conducta de tipo internalizante, es decir una marcada timidez, retraimiento y demanda de atención.

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El desarrollo temprano de la regulación emocional

La regulación emocional empieza a desarrollarse desde la primera infancia, desde entre un tipo de regulación principalmente externa (en la mayoría de los casos apoyada por los padres) a una regulación más interna y autónoma (Eisenberg et al., 2005; Kochanska et al., 2000; Kopp, 1982; Karreman et al., 2008; Olson et al., 2005; Gartstein et al., 2003; Kochanska et al., 2003).

Distintos factores pueden influir en el desarrollo de la regulación emocional en los niños. Estos factores son tanto endógenos (madurez cerebral, redes atencionales, control voluntario, capacidades motrices y cognitivo-lingüísticas, etc.) como exógenos (influencia parental, disponibilidad afectiva, sensibilidad, “mirroring”, etc.), (Kopp & Neufeld, 2003; Ruff & Rothbart, 1996 Rothbart et al., 2003; Fonagy, 2007). Además de estos, las características temperamentales del niño también juegan un papel relevante tanto en la intensidad emocional como en las estrategias de regulación utilizadas (Kagan, 1994, 2010; Strelau, 2001).

En los últimos años la investigación acerca del temperamento infantil se ha centrado en el concepto de “effortful control” o control voluntario: la capacidad de inhibir una respuesta dominante para llevar a cabo una respuesta subdominante (Rothbart & Bates, 1998). Se trata de la capacidad de ejercer una primera forma de control ejecutivo sobre la propia acción, planificándola, detectando errores y activando una respuesta subdominante en lugar de una más inmediata. Esta competencia se desarrolla a lo largo de la infancia y es fundamental para la autorregulación tanto a nivel emocional como conductual (Kopp & Neufeld, 2003).

En el primer año de vida los niños presentan un control voluntario muy escaso que empieza a desarrollarse entre los 9 y 18 meses (Ruff & Rothbart, 1996). A esta edad los niños empiezan a aprender cómo resolver los primeros conflictos (en términos de elaboración de la información), corrigiendo errores y planificando nuevas acciones (Rothbart et al., 2003). A partir de los 30 meses esta capacidad de control inhibitorio voluntario aumenta progresivamente. A los 36-38 meses los niños logran resultados muy aceptables y, en el tercer y cuarto año de vida, estas habilidades mejoran considerablemente (Kochanska et al., 2000), desarrollándose sucechild-594519_1920sivamente a lo largo de la infancia.

El desarrollo de este control voluntario de las propias respuestas emocionales es parte del proceso de socialización, durante el cual el niño puede aprender a controlar sus impulsos, para mostrar comportamientos más aceptables socialmente (Eisenberg et al., 2005; Kochanska et al., 2000; Kopp, 1982). Los padres juegan un papel importante en este proceso, modelando, corrigiendo y ayudando a regular las conductas y emociones de sus hijos (Karreman et al., 2008; Olson et al., 2005; Gartstein & Fagot, 2003; Kochanska & Knaack, 2003).

Los procesos implicados en la regulación emocional

Una respuesta emocional se inicia con la evaluación de las claves emocionales presentes en una específica situación-estímulo. Una clave emocional es una información presente en una situación específica que activa los sistemas de acercamiento o evitación del estímulo de la persona, llevándole a una evaluación del nivel de agrado-desagrado de la misma. En función de cómo se perciban y evalúen dichas claves se desencadenarán una serie de tendencias de respuesta que involucraran sistemas tanto fisiológicos como experienciales, cognitivos y comportamentales. Las tendencias de respuesta, incluso una vez iniciadas, pueden ser moduladas de distintas formas.

En este proceso de respuesta a una situación-estímulo, las competencias de regulación emocional están involucradas desde el momento en el que se genera la primera reacción emocional hasta el impacto de la misma en la persona (Gross, 2007, Martins et al., 2010;  Schutte et al., 2011). Las estrategias conscientes de regulación emocional se dan después de una primera fase de reacción del individuo (más inmediata y automática). Se pueden diferenciar dos tipos de estrategias de regulación emocional consciente: basadas en los antecedentes y en las consecuencias de la reacción (Gross, 2001).

Las estrategias centradas en los antecedentes se refieren a lo que hace la persona antes de que la respuesta emocional se active por completo, modificando el propio comportamiento e influyendo en su respuesta fisiológica. Las estrategias centradas en las consecuencias (o en la respuesta) son las que se ponen en marcha una vez que la respuesta emocional ya se ha iniciado.

Dentro de las múltiples estrategias conscientes de regulación emocional la reevaluación cognitiva (centrada en los antecedentes) y la supresión o inhibición expresiva (centrada en la respuesta) han sido de las más estudiadas.

Reevaluación cognitiva y supresión expresiva de las emociones

La reevaluación cognitiva es una proceso cognitivo que implica hacer una interpretación de la situación de forma que se pueda modificar su impacto emocional (Lazarus y Alfert, 1964). Se trata de una estrategia focalizada en los antecedentes de la situación-estímulo, que ocurre de forma temprana en la reacción del individuo pudiendo llegar a modificarla. Cuando se utiliza en la regulación de emociones negativas, la reevaluación puede reducir los componentes experienciales y comportamentales de la emoción negativa.

boy-1042683_1920Las personas que utilizan estrategias de reevaluación cognitiva afrontan las situaciones estresantes tomando una actitud positiva, reinterpretando lo que consideran estresante y realizando esfuerzos activos para reparar su malestar. A nivel afectivo, experimentan y expresan mas emociones positivas y menos negativas. Socialmente, es mas probable que compartan sus emociones con los demás y mantienen relaciones más cercanas con aquellos que les rodean. En términos de bienestar, tienen menor probabilidad de presentar sintomatología depresiva, mayor autoestima y satisfacción vital.

La supresión o inhibición expresiva es una forma de modulación de la propia respuesta emocional que implica inhibir su expresión comportamental (Gross, 1988). Se trata de una estrategia centrada en la reacción emocional, a través de la cual el individuo modifica el componente comportamental de su respuesta ante una determinada situación-estímulo. La supresión emocional puede resultar efectiva en la disminución de la expresión de las emociones negativas, aunque no resulta de ayuda en la reducción de las vivencias negativas asociadas. Requiere que la persona maneje y regule voluntariamente las tendencias de respuesta emocional según surjan, lo que puede repercutir en un alto consumo de recursos cognitivos que se podrían utilizar con otros fines (por ejemplo para una mejor adaptación a la situación-estímulo).

Las personas que utilizan estrategias de supresión o inhibición expresiva, presentan una incongruencia entre la experiencia emocional subjetiva (lo que realmente sienten) y su expresión comportamental (lo que dejan ver a los demás), enmascarando sus emociones internas (Rogers, 1951).  A menudo entienden con menor claridad lo que sienten, tienen menor éxito en la reparación del malestar y perciben sus emociones de una forma menos favorable, preocupándose más de las situaciones que les generan malestar.


Referencias

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