Enseñar a protegerse en la infancia y adolescencia

La percepción del riesgo en los niños puede variar según la edad y nivel de desarrollo cognitivo, ya que a medida que crecen y experimentan con el entorno, van adquiriendo una mejor comprensión de los peligros que les rodean. Las estrategias de identificación de situaciones amenazantes y de afrontamiento se desarrollan progresivamente con la edad, estrechamente relacionadas con el desarrollo cognitivo, psicosocial y de la personalidad.

Los niños pueden poner en práctica comportamientos de seguridad y prevención de riesgos en presencia de una amenaza cuando se les enseñan respuestas de seguridad específicas (Baruni & Miltenberger, 2022; Miltenberger, 2008; Miltenberger et al., 2020). Las competencias de seguridad se definen como comportamientos de tipo preventivo, que se ponen en marcha en forma de reacción verbal o no verbal ante una situación que se percibe como amenazante o potencialmente peligrosa, cuya función es establecer o mantener condiciones de seguridad para la persona (Clees & Gast, 1994). 

Dentro de este tipo de competencias, se puede distinguir entre:

Competencias de seguridad preventiva (preventive safety skills), dirigidas a la evitación de situaciones potencialmente peligrosas antes de que aparezcan.

Competencias de reacción de seguridad (reactionary safety skills), que se definen como el conjunto de comportamientos o estrategias que permiten a la persona escapar o resolver una situación amenazante una vez se está produciendo.

Aspectos evolutivos en la percepción del riesgo

A nivel evolutivo, los niños/as más pequeños, especialmente en la etapa preescolar, presentan una percepción del riesgo más limitada, ya que a menudo pueden ser curiosos y poco conscientes de los potenciales peligros que les rodean. Generalmente, durante la etapa de educación primaria (entre los 7 y 12 años) se desarrolla una mayor percepción y comprensión del riesgo, que permite evaluar y prevenir las situaciones de peligro, cuando los niños/as empiezan a ser capaces de:

  1. Identificar y evitar la amenaza a la seguridad personal (no tocar, no acercarse…);
  2. Alejarse de la amenaza;
  3. Reportar la amenaza a su seguridad a un adulto de confianza.

En lo que respecta a las situaciones de riesgo interpersonal, los niños de 3 y 4 años presentan dificultad en identificar o discriminar potenciales situaciones de abuso (Liang et al., 1993). A pesar de que algunos estudios han indicado una primera capacidad de reconocimiento de un posible abuso entre los 5 y 8 años (Briggs & Hawkins, 1994a,b), otras investigaciones indican que hasta alrededor de los 8 años, los niños pueden presentar dificultad en comprender la ambigüedad del concepto de una persona buena o conocida haciendo algo dañino (Harter, 1977; Kraizer, 1986; Tutty, 1994).

La confianza, entendida como la esperanza que una persona tiene de que algo funcione o las personas actúen de determinada manera, juega un papel crucial en el ajuste psicosocial, las relaciones, el desarrollo moral y la salud mental (Erikson, 1963; Malti et al., 2013; Rotenberg, 1995; Rotter, 1980). Según algunos estudios, los niños y niñas con mayor confianza presentan mayor capacidad de comprensión de estados mentales y situaciones sociales complejas (Rotenberg et al., 2015), son más aceptados e implicados en el grupo de pares, experimentan menor malestar en las relaciones con los iguales y muestran menos conductas de tipo agresivo (Malti et al., 2013; Rotenberg et al., 2014).

Enseñar a los niños a protegerse

Para que los niños puedan aprender comportamientos de seguridad ante amenazas, se han identificado dos enfoques  potencialmente eficaces para padres y educadores: informar y aprender activamente (Giannakakos et al., 2020; Miltenberger et al., 2020; Tekin-Iftar et al., 2021).

La aproximación informativa se centra en proporcionar instrucciones y modelado, aunque sin la oportunidad de ensayo y feedback sobre la propia actuación ante una situación de amenaza. Según la investigación, los niños que participan en este tipo de programas son capaces de describir posibles soluciones a situaciones de peligro, pero cuando se experimenta sobre su respuesta en situaciones de evaluación in situ con un riesgo simulado, no siempre llegan a poner en marcha estas conductas (Beck & Miltenberger, 2009; Gatheridge et al., 2004, Himle et al., 2004a,b; Miltenberger et al., 2013).

La aproximación de aprendizaje activo proporciona la oportunidad de ensayar competencias de afrontamiento ante amenazas a la seguridad, junto con reconocimiento y feedback sobre el desempeño, permitiendo corregir o mejorar hasta que los niños logran llevar a cabo las conductas y secuencias de seguridad de una manera consistente (Miltenberger et al., 2020).

Existe evidencia de  mayor eficacia de aprendizaje de comportamientos de seguridad ante amenazas cuando se combina las aproximaciones informativas y de aprendizaje activo (Giannakakos et al., 2020; Carrol-Rowan & Miltenberger, 1994; Dancho et al., 2008; Gatheridge et al., 2004; Hanratty et al., 2016; Houvouras & Harvey, 2014). Además, un elemento central es que la formación en seguridad debería apuntar a que los niños y las niñas aprendan a (Rudolph et al., 2018):

  1. Identificar los matices de un encuentro o situacion de abuso;
  2. Enfrentarse a manipulaciones o amenazas de un potencial acosador;
  3. Desafiar la autoridad de un adulto cuando necesario;
  4. Renunciar al afecto, atención o incentivos materiales que pueda ofrecer el potencial acosador;
  5. Estar dispuestos a reportar el abuso a una persona de referencia.

A pesar de ello, según algunas investigaciones, la puesta en marcha de programas de prevención del abuso sexual, especialmente en etapas de educación primaria, puede generar algunos efectos adversos, principalmente relacionados con:

  1. miedo, confusión y ansiedad en relación con el contacto físico (Topping & Barron, 2009; Walsh et al., 2015; Zwi et al., 2008);
  2. temor hacia los extraños, miedo a sufrir abuso, aumento de conductas de dependencia, conductas de tipo regresivo y rechazo al colegio (Finkelhor & Dziuba-Leatherman, 1995; Zwi et al., 2008).

Sensibilidad informativa sobre riesgos de seguridad

Los padres y educadores deben tener en cuenta que proporcionar información sobre posibles riesgos y peligros en el entorno puede resultar un mensaje desconcertante para un niño, que llega en un momento evolutivo en está desarrollando un sentido de confianza y protección por parte del entorno cercano (Berrick & Gilbert, 1991; Rudolph et al., 2018). Por esta razon, y teniendo en cuenta los posibles efectos adversos, resulta fundamental que el educador sea sensibile a la hora de comunicar a un niño posibles riesgos de seguridad.

Así que el papel de los educadores es muy significativo:

Por un lado, los adultos deben poner en marcha estrategias directas de tipo informativo o de aprendizaje activo para la protección de los menores, como son la supervisión e implicación.

Por otro lado, la protección puede seguir también una via indirecta, basada en la promoción de factores de protección ante posibles situaciones de abuso, como la autoeficacia, bienestar y autoestima de los menores (Berliner & Conte, 1990; Elliott et al., 1995; Leclerc et al., 2011), que aumentan la probabilidad de que el niño se enfrente a la situación y la revele a su entorno si se produce (Finkelhor, 1984).

Sugerencias

Es importante recordar que el objetivo de enseñar a los menores a protegerse es proporcionarles herramientas y estrategias que les empoderen en seguridad pero también le permitan seguir explorando el entorno, evitando preocupaciones y temores que puedan afectar a su desarrollo psicosociali y de la personalidad. Además nunca olvidar adaptar las sugerencias listadas a continuación a la edad y nivel de madurez del/la menor.

  1. Establece limites y reglas claras sobre qué comportamientos son apropiados y cuáles no. Enseña  que significa el respeto mutuo, la privacidad y cuanto de importante es comunicar cualquier situación que pueda incomodar o preocupar.
  2. Enséñale sobre su cuerpo y que ciertas áreas son privadas, y que nadie tiene derecho a tocarles en estas áreas a menos que sea necesario para su salud y bienestar.
  3. Fomenta una comunicación abierta, incluyendo situaciones que incomoden o generen miedo. 
  4. Anima a compartir cualquier experiencia que le haya hecho sentir amenazado y proporciona la confianza en la disponibilidad de su entorno para escucharlos y ayudarles.
  5. Identifica personas de confianza y explicale que puede acudir a ellos/as si se siente amenazado o necesita ayuda.
  6. Enseñarles a confiar en sus instintos y a reconocer señales de advertencia. 
  7. Explica al/la niño/a que si siente que algo no está bien o alguien le asusta o incomoda, debe alejarse y buscar ayuda en un adulto de confianza.
  8. Trabaja sobre las habilidades sociales como establecer límites, decir “no” de manera firme y segura. 
  9. Practica situaciones para que aprendan cómo responder ante diferentes escenarios y la mejor forma de pedir ayuda cuando la necesiten.
  10. Enseñale sobre el uso seguro de la tecnología y los riesgos asociados con las redes sociales, la importancia de la privacidad en línea y como proteger la información personal.
  11. Mantén  una supervisión adecuada, no intrusiva, sobre las actividades y relaciones del menor. 
  12. Esté al tanto de las personas con las que interactúan y los lugares que frecuentan.
  13. Puedes enseñarle una palabra de seguridad ante desconocidos como en el caso del método de la “palabra clave”… 

Referencias

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