¿Qué es la regulación emocional?
El hecho de que un niño aprenda a controlar su conducta y comportarse de forma adecuada requiere una cierta maduración y aprendizaje que empieza ya durante los primeros años de vida en el contexto familiar. A lo largo de este proceso se hacen patentes las diferencias individuales en la reactividad emocional, motriz, atencional y de autorregulación (Rothbarth y Derryberry, 1981, 2002), influyendo en el temperamento de base de la personalidad en desarrollo (Rothbarth et al., 2000). A lo largo de la infancia el niño adquiere competencias de regulación emocional: aprende a regular progresivamente las características más reactivas de su temperamento, como su emocionalidad, a través de mecanismos de control comportamental basados en la autorregulación, inhibición y elaboración de la propia respuesta comportamental.
¿Cuándo se desarrolla?
Dicha capacidad de autorregulación, en su componente más racional es conocida como control voluntario (o “effortful control” Rothbart et al., 2004), una competencia que se adquiere en la interacción con el medio y que supone la transición entre una regulación emocional principalmente externa (en la mayoría de los casos dependiente de los padres) a una regulación más interna y autónoma (Eisenberg et al., 2005; Kochanska et al., 2000; Kopp, 1982; Karreman et al., 2008; Olson et al., 2005; Gartstein et al., 2003; Kochanska et al., 2003). Es decir que según el niño madure, las formas de regulación más reactivas e irracionales son sustituidas progresivamente por una mayor capacidad de control voluntario, que se alcanza cuando los mecanismos atencionales cerebrales están plenamente desarrollados (Eisenberg et al., 2004).

Por otro lado, el desarrollo del control voluntario forma parte del proceso de socialización, durante el cual el niño aprende a controlar sus impulsos, emociones y comportamientos con el fin de adaptarse progresivamente a lo socialmente establecido (Eisenberg et al., 2005; Kochanska et al., 2000; Kopp, 1982). Diversos estudios subrayan la importancia del rol parental en este proceso, guiando, modelando y corrigiendo el comportamiento de sus hijos (Eiden et al., 2004; Gartstein y Fagot, 2003; Kochanska et al., 2000, 2003; Olson et al., 2005).
¿Qué es el control voluntario?
El control voluntario (o “effortful control”) se ha definido como la habilidad para suprimir una respuesta dominante con el fin de realizar una respuesta subdominante, planificar y detectar errores (Jones et al., 2002). En otras palabras se trata de la capacidad consciente y racional de controlarse cuando algo positivo o negativo nos afecta. Esta capacidad surge como resultado del desarrollo de la atención ejecutiva y resulta de especial interés en el estudio del temperamento y del desarrollo (Kochanska, 1997). A pesar de que numerosas teorías del temperamento insisten en que la motivación y el comportamiento son guiados por mecanismos, no siempre racionales, de aproximación y evitación de estímulos ambientales positivos o negativos (Eysenck, 1967, Thomas et al., 1977), el control voluntario ofrece la posibilidad de suprimir dichas tendencias automáticas y programar el comportamiento en situaciones conflictivas. También se le reconoce un papel fundamental en la capacidad de regulación de las emociones (Rothbart y Bates, Eisenberg et al., 2000), ya que la capacidad de controlar y focalizar la atención (inhibiendo o iniciando conductas) es un proceso básico en la modulación de las vivencias tanto del niño como del adulto.
El control voluntario se encuentra involucrado en el funcionamiento de la persona tanto a nivel cognitivo como social, emocional, motor y comportamental (Kochanska et al., 2000; Murria et al., 2002), afectando a su adaptación a lo largo de todas las etapas de la vida (Eisenberg et al., 2005; Kochanska et al, 2003). Además, diferentes investigaciones acerca de las diferencias individuales indican relaciones entre el mismo y el desarrollo de una mayor empatía, así como menores niveles de desajuste y psicopatología (Eisenberg, 2000; Kochanska, 1997, Kochanska et al., 2000, Krueger et al., 1996, White et al., 1994).
¿Qué papel juegan los padres?
La mayoría de los investigadores considera que tanto el control voluntario como las competencias de regulación emocional en general son modulados por la experiencia social del niño, en la que las interacciones con los progenitores tienen un papel muy relevante (Campos et al., 1989; Gottman et al., 1997). Uno de los hallazgos más consistentes acerca del papel de los padres en el desarrollo de la regulación es que la calidez y apoyo parental (Caspi et al., 2004; Rothbaum et al., 1994), así como también la expresión de emociones positivas en el hogar y en presencia de los niños (Eisenberg et al., 2001) se asocian con niveles relativamente bajos de conductas externalizantes o disruptivas.

Probablemente la presencia de una mayor disponibilidad afectiva en el sistema familiar del niño favorece el desarrollo de sus competencias de regulación emocional y de control voluntario, llevándole sucesivamente a buscar, en el entorno social extra-familiar, otros niños afectivamente disponibles y, a su vez, con mayores competencias de regulación emocional. Todo este círculo de consecuencias produciría menores probabilidades de que el niño experimente ira y que manifieste problemas de conducta externalizantes derivados de sus respuestas emocionales en un ambiente que se moldea recíprocamente en positivo (Eisenberg et al., 1998; Gottman et al., 1997).
¿Qué consecuencias tiene para el niño un ambiente familiar hostil?
Estos hallazgos se ven reforzados por otras investigaciones según las cuales altos niveles de emociones positivas y apoyo en los progenitores promueven un entorno predecible para el niño, fomentando formas constructivas de respuesta al estrés (Power, 2004) y de regulación de las propias conductas (Halberstadt et al., 1999). Por otro lado, emociones hostiles y punitivas en los progenitores promueven una sobreactivación emocional en el niño, fomentando dificultades en el control atencional y conductas externalizante o de descontrol. Es decir que los niños que perciben apoyo parental estarán más dispuestos a procesar e internalizar los mensajes procedentes de los padres acerca del comportamiento socialmente deseable, aprendiendo a identificar y controlar sus emociones. Por otro lado los niños que perciben una emocionalidad principalmente hostil y punitiva en los padres tienen mayores probabilidades de estar expuestos a una sobreactivación emocional dañina, lo que puede socavar la regulación y aprendizaje en contextos específicos, aumentándose la probabilidad de problemas de atención y de externalización.
Referencias
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