El sueño: ¿aprendizaje o evolución?

El sueño infantil es un tema que preocupa mucho a las familias, en torno al mismo circulan muchas dudas: algunas basadas en realidades y otras en mitos. Algunas de las preguntas que se hacen las familias son: ¿duerme mi hijo lo suficiente?, ¿cómo le puede afectar la falta de sueño en su desarrollo?, ¿cuándo va a dormir del tirón?, ¿cómo le ayudo a dormir?, ¿tiene que aprender a dormir o es un proceso natural?

Cuando las familias no conocen la respuesta a estas preguntas, o peor aún, cuando la situación en casa es muy diferente a la deseada (por ejemplo, hay despertares nocturnos), el nivel de ansiedad y cansancio puede aumentar las inseguridades de los progenitores.

El sueño es un proceso evolutivo, va cambiando según la edad, especialmente durante el primer año y medio de vida (Burnham et al. 2002, Anders et al. 1992; Iglowstein et al. 2003). Es por eso que debemos tener presente que cualquier niño sano equilibrará progresivamente este ritmo circadiano, disminuirán sus despertares nocturnos y será más constante a partir de los 4 – 6 años (Iglowstein et al. 2003; Jové, 2006; Galland et al., 2012; Contreras 2013).

¿Qué es el sueño?

El sueño es una necesidad irresistible, un fenómeno recurrente y periódico (sigue un ciclo circadiano de 24 horas), que cubre el pensamiento del individuo y sus procesos conscientes. Se caracteriza por una alteración reversible de la reactividad del individuo a los estímulos. Desde el punto de vista neurofisiológico se considera un síndrome complejo en el que se modifica el estado de activación de diferentes órganos y de los sistemas cerebrales. Estos cambios se reflejan en la actividad eléctrica cerebral, en la temperatura corporal, en el tono muscular y en diversas funciones neurovegetativas (Sheldon et. al., 2014).

Durante el sueño se atraviesan diferentes etapas cuantificables psicofisiológicamente (Roffwarg, Muzio, & Dement, 1966; Sheldon et. al, 2014): el sueño sincronizado (NREM – No Rapid Eyes Movements) y el sueño desincronizado (REM – Rapid Eyes Movements).

Los adultos necesitan ir pasando por cuatro etapas diferentes de sueño NREM hasta entrar en un sueño profundo seguido por una fase REM. Nunca comienzan el sueño por la fase REM, a menos que exista alguna alteración, como por ejemplo el efecto del jet lag (Contreras, 2013; Barkoukis & Von Essen, 2012).

¿Cómo evoluciona el sueño en los primeros años de vida?

Desde el nacimiento hasta los 3 meses de edad el sueño se caracteriza por ser bifásico, es decir que se divide en dos fases (sueño activo o REM y sueño lento NREM). En estos primeros meses del bebé el sueño es ultradiano, no se diferencia entre el día y la noche. Además, es polisecuencial, dividiéndose en varios periodos tanto durante el día como durante la noche. Al contrario que los adultos, los bebés, hasta los tres meses, pueden iniciar el sueño en fase REM (Glotzbach et al. 1994; Anders, 1994). Esto se ha relacionado con las necesidades adaptativas del recién nacido en esta edad: procesamiento de la estimulación del entorno, alimentación a demanda, solicitudes de protección y cuidado.

Entre los 4 y los 7 meses el sueño empieza a adoptar un ritmo circadiano y empieza a ser polifásico, aunque todavía las fases se presentan inestables. El sueño polifásico se caracteriza por la presencia de varias fases NREM y REM (Jové, 2006).

Entre los 8 meses y los 2 años la maduración del sueño es menos rápida que en los primeros meses, pero aún así su consolidación y estabilización circadiana continúa (Scher, 2012; Iglowstein et al. 2003).

Entre los 3 y los 6 años, en la medida en que la siesta tiende a desaparecer, el sueño llega a alcanzar características similares a las del sueño adulto (Burnham et al. 2002, Anders et al. 1992; Iglowstein et al. 2003), desarrollándose principalmente durante la noche (Jenni y Carskadon, 2005).

El rol de los padres en la regulación del sueño

Distintos estudios sugieren que los comportamientos de los padres durante la conciliación y los despertares nocturnos, así como sus creencias sobre la capacidad de su hijo para dormirse, son buenos predictores del desarrollo del sueño infantil (Burnham et al. 2002, Anders et al. 1992; Anders, 1994; McKenna, 2000).

Los “problemas” del sueño en la infancia también dependen de la percepción y expectativas de los padres (Jenni y Carskadon, 2005). Cuando conocemos el desarrollo evolutivo del sueño y comprendemos el mismo como un aspecto más a madurar durante infancia, el proceso de regulación se convierte en un proceso natural y más fácilmente respetado.

De esta manera, si los padres acompañan a los hijos durante la conciliación del sueño y los despertares nocturnos, favorecerán también su autorregulación, acompañándole en la maduración de este ciclo circadiano. Es decir, un niño que se sienta consolado (sin abandonarle durante la noche, a pesar de tener el objetivo de ayudarle a regularse) desarrollará una mayor autonomía en los patrones y conductas del sueño, a partir de una base afectiva segura y que comprende sus necesidades evolutivas sin sobreprotegerle.


Referencias

  • Anders TF, Halpern LF, Hua J. (1992).  Sleeping through the night: a developmental perspective. Pediatrics 90, p 554-560.
  • Anders, T. F. (1994). Infant sleep, nighttime relationships, and attachment. Psychiatry, 57(1), 11-21.
  • Barkoukis Teri J, Von Essen S. (2012). Introduction to Normal Sleep, sleep deprivation, and the workplace. Review of Sleep Medicine, Third Edition. p.12-20.
  • Burnham MM, Goodlin-Jones BL, Gaylor EE, Anders TF (2002). Nighttime sleep-wake patterns and self-soothing from birth to one year of age: a longitudinal intervention study. J Child Psychol Psychiatry 43, p 713-725.
  • Contreras, S. A. (2013). Sueño a lo largo de la vida y sus implicancias en salud. Revista Médica Clínica Las Condes, 24(3), 341-349.
  • Galland, B. C., Taylor, B. J., Elder, D. E., & Herbison, P. (2012). Normal sleep patterns in infants and children: a systematic review of observational studies. Sleep medicine reviews, 16(3), 213-222.
  • Glotzbach, S. F., Edgar, D. M., Boeddiker, M., & Ariagno, R. L. (1994). Biological rhythmicity in normal infants during the first 3 months of life. Pediatrics, 94(4), 482-488.
  • Iglowstein, I., Jenni, O. G., Molinari, L., & Largo, R. H. (2003). Sleep duration from infancy to adolescence: reference values and generational trends. Pediatrics, 111(2), 302-307.
  • Jenni, O. G., & Carskadon, M. A. (2005). Normal human sleep at different ages: infants to adolescents. SRS basics of sleep guide, 11-19.
  • Jové, R. (2006). Dormir sin lágrimas: dejarle llorar no es la solución. La esfera de los libros.
  • McKenna, J. J. (2000). Cultural influences on infant and childhood sleep biology and the science that studies it: toward a more inclusive paradigm. Lung Biology in Health and Disease, 147, 99-130.
  • Scher, A. (2012). Continuity and change in infants’ sleep from 8 to 14 months: a longitudinal actigraphy study. Infant Behavior and Development, 35(4), 870-875.
  • Sheldon, S. H., Kryger, M. H., Ferber, R., & Gozal, D. (2014). Principles and practice of pediatric sleep medicine. Elsevier Health Sciences.
  • Siegel, J. (2002). Sleep as a circadian rhythm. The Neural Control of Sleep and Waking, 93-101.
  • Roffwarg, H. P., Muzio, J. N., & Dement, W. C. (1966). Ontogenetic development of the human sleep-dream cycle. Science, 152 (3722), 604-619.

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