El Trastorno de la Comunicación Social (TCS) o Trastorno Pragmático de la Comunicación ha sido recientemente introducido como nueva entidad diagnóstica en la última edición del manual internacional DSM-5 (2013).
Su inclusión permite una distinción más sutil entre el Síndrome de Asperger (una forma de autismo de alto funcionamiento) y dificultades específicas en el uso social del lenguaje, sin que la persona presente comportamientos repetitivos e intereses restringidos.
De esta manera, lo que antes (DSM-4, 2000) se diagnosticaba como Síndrome de Asperger, ahora (DSM-5, 2013) pasa a considerarse un Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) o un Trastorno de la Comunicación Social (TCS).
En ambos casos (Síndrome de Asperger y TCS) el niño o el adulto presenta buenas competencias verbales, asociadas a anomalías en la comunicación y en la interacción social. A diferencia del Trastorno de la Comunicación Social (TCS), en el Síndrome de Asperger están también presentes intereses restringidos o comportamientos repetitivos.
En el DSM-5 (2013) tanto los Trastornos del Espectro del Autismo (TEA) como el Trastorno de la Comunicación Social (TCS) se clasifican entre los Trastornos del Desarrollo Neurológico.
- En el caso del Síndrome de Asperger y de los TEA son tres las áreas de interés clínico: dificultades en la interacción social, en la comunicación, patrones restringidos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades.
- En el caso del Trastorno de la Comunicación Social (TCS) son dos solas las áreas de interés clínico: dificultades en la pragmática de la comunicación y, como consecuencia, en la interacción social.
La pragmática de la comunicación consiste en la capacidad de utilizar el lenguaje en distintos contextos e interlocutores (Baixauli-Fortela et al., 2004), compartiendo un código lingüístico y comunicando aspectos personales de forma adecuada a las reglas sociales.
Como en los TEA, en el Trastorno de la Comunicación Social (TCS) se presentan anomalías en la comunicación social recíproca, en este caso caracterizadas por:
- déficit en el uso de la comunicación para propósitos sociales,
- deterioro de la capacidad para cambiar la comunicación de forma que se adapte al contexto,
- dificultades para seguir las normas de conversación y narración,
- dificultades para comprender significados no literales o ambiguos del lenguaje como las metáforas.
Por un lado, en el Trastorno de la Comunicación Social (TCS), a diferencia de los Trastornos del Espectro del Autismo (TEA), no se registran patrones de comportamiento repetitivos e intereses restringidos. Por otro lado, la hipótesis de un déficit en la pragmática del lenguaje fuera del espectro del autismo sigue actualmente generando cierta controversia científica (Boucher, 1998; Gagnon et al., 1997; Brukner-Wertman, 2016).
Ya en los años ’80, se describió un subtipo de déficit lingüístico en el que el lenguaje expresivo es fluido, complejo y claramente articulado, pero aparecen anormalidades en la forma en que se utiliza (Rapin y Allen, 1983; Bishop y Rosenbloom, 1987). Este tipo de trastorno se definió inicialmente: “déficit semántico-pragmático” (Conti-Ramsden y Botting, 1999; Bishop, 2000).
El “déficit semántico-pragmático” se caracteriza por distintos síntomas como (Rapin y Allen, 1983; Smedley, 1989; Rapin, 1996):
- verborrea,
- dificultad de comprensión del discurso,
- déficit en la recuperación de palabras,
- uso atípico de palabras,
- fonología y sintaxis alterada,
- habilidades conversacionales inadecuadas,
- dificultad para mantener una conversación,
- tendencia a comprender literalmente,
- respuestas socialmente inapropiadas, tangenciales o estereotipadas.
Más recientemente, distintas investigaciones han descrito el perfil de este tipo de trastorno en la infancia, que no cumple todos los criterios establecidos para los TEA, pero que presenta una dificultad persistente en la pragmática del lenguaje y en los aspectos sociales de la comunicación (Adams, 2001; Botting y Conti-Ramsden, 1999).
Se trata de dificultades clínicamente significativas en tanto que suponen un impacto en la calidad de vida del niño, incluyendo perjuicios para sus relaciones con los pares y un mayor riesgo de desarrollar otras psicopatologías (Mackie y Law, 2010; St Clair et al., 2001).
A pesar de que el término “déficit semántico-pragmático” haya sido comúnmente asociado a los perfiles comunicativos de los niños con TEA, distintos investigadores señalan que probablemente se trata de un tipo de déficit aplicable también a otros trastornos del desarrollo.
Desde esta perspectiva, Bishop y Rosenbloom (1987) han sugerido que el “déficit semántico-pragmático” podría considerarse como un punto intermedio entre el diagnóstico de Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) y del Trastorno Especifico del Lenguaje (TEL).
Trastorno de la Comunicación Social (TCS) y Espectro del Autismo (TEA)
Los niños con TEA que presentan buen funcionamiento verbal muy a menudo presentan también déficits en la pragmática de la comunicación como verborrea, discurso excesivamente formal y dificultades con los turnos de conversación.
Estos déficits pragmáticos aparecen entre síntomas más amplios, que incluyen dificultades en la reciprocidad social y la presencia de intereses restringidos y comportamientos repetitivos (Swineford et al., 2014).
Por otra parte, es importante resaltar que el “déficit semántico-pragmático” del lenguaje se ha observado también en casos en los que no estaban presentes déficits en la reciprocidad social o conductas repetitivas, características de los TEA, sugiriendo la existencia de dos patrones sintomáticos diferentes (Reisinger et al., 2011; Rapin y Allen, 1983; Brook y Bowler, 1992, Bishop y Norbury, 2002).
En este sentido, existe cierta evidencia de que los niños con TCS no tienen que encontrarse dentro del espectro autista necesariamente. Según Bishop (2000) “existen casos de niños con dificultades pragmáticas significativas que no manifiestan dificultades en las relaciones con los pares o en sus intereses”, ambos característicos y esenciales en el diagnóstico de los TEA.
El Trastorno de la Comunicación Social (TCS) se caracteriza por ciertas peculiaridades en la comunicación social que pueden asemejarse a las que aparecen en los TEA de alto funcionamiento. Sin embargo, no se observan síntomas a nivel comportamental más allá de los relacionados con aspectos comunicativos, ni intereses y comportamientos repetitivos o restringidos, criterio diagnóstico necesario para el diagnóstico de TEA en cualquiera de sus grados (Gibson et al., 2013).
Trastorno de la Comunicación Social (TCS) y Trastorno Específico del Lenguaje (TEL)
El “déficit semántico-pragmático ” fue inicialmente considerado como una posible variación del Trastorno Especifico del Lenguaje – TEL (Rapin y Allen, 1983).
El Trastorno Específico del Lenguaje (TEL) se caracteriza por las dificultades persistentes en el desarrollo de la gramática y del léxico, que afectan a uno o más componentes del sistema lingüístico del niño (Leonard, 1998).
Aunque en el TEL se pueden observar dificultades en el uso pragmático del lenguaje, estas se consideran más el resultado de una inmadurez que de un déficit específico en el uso referencial de la comunicación.
Además, aunque el Trastorno Específico del Lenguaje (TEL) conlleva a menudo ciertas dificultades en la relación con los pares (Fukiji et al., 1999), estas alteraciones a menudo son una consecuencia secundaria de la dificultad lingüístico-comunicativa más que un déficit en las habilidades sociales (Redmond y Roce, 1998). Por otra parte, en el Trastorno de la Comunicación Social (TCS) las alteraciones en las estructuras lingüísticas a menudo resultan menos definidas, con frases más uniformes que en el TEL (Bishop, 2000; Bishop y Norbury, 2002).
Referencias
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