Durante los cambios estacionales resulta común oír comentarios acerca de sentirse mal o más cansado, la famosa “astenia primaveral” o el malestar asociado al inicio del otoño son quejas comunes entre la población. Los cambios estacionales generan fluctuaciones del estado de ánimo, que afectan a una amplia proporción de la población general, siendo el trastorno afectivo estacional el extremo de afectación más severo (Wehr y Rosenthal, 1989).
En cuanto a las condiciones climatológicas y estaciones concretas, los resultados de las investigaciones no llegan a ser concluyentes ya que, a pesar de que la asociación más habitual es con las estaciones más frías o con menos luz, existen investigaciones que también señalan picos de síntomas depresivos tanto en primavera (Nayham et al., 1994) como en verano (Ozaki et al., 1995). Según esto, se puede afirmar que las variaciones en el cambio estacional tienen consecuencias en el estado de ánimo en todas las épocas del año, con mayor prevalencia de síntomas negativos en invierno (Harmatz et al., 2000).
Por otro lado, se debe tener en cuenta que los cambios ambientales en general, ya sea en las rutinas, el entorno personal, la cantidad de luz o en el clima puede llegar a tener un efecto sobre nuestro estado de ánimo. En el caso de la climatología y las distintas estaciones del año, nuestros hábitos, horarios, nivel de motivación y perspectivas a la hora de organizarnos el tiempo también sufren variaciones en función del clima, lo cual podría también suponer un efecto en nuestro estado de ánimo.

Luz y ritmo circadiano
La exposición a la luz, o las transiciones luz-oscuridad, son la base sobre la que se establece el ritmo circadiano de la persona. El núcleo cerebral principal asociado a dichos ritmos circadianos, localizado en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo anterior, reacciona a los cambios en la longitud del día (VanderLeest et al., 2007) ajustándose a las distintas horas de luz (Lincoln et al., 2006).
Los cambios estacionales, con la consecuente variación en la cantidad de horas de luz a las que la persona se expone, suponen un desafío para estos mecanismos biológicos, que deben adaptarse al acortamiento o prolongación de los periodos de luz diurna (Stoleru et al., 2007). En este sentido, el acortamiento de los días se ha relacionado con una disminución del nivel de bienestar emocional y funcionamiento de la persona (Partonen y Lönnqvist, 2000; Keller et al., 2005; Michalon et al., 1997; O’Brien et al., 1993; Eastman, 1990; Espiritu et al., 1994), la aparición de síntomas estacionales en la población general (Schlager, Schwartz y Bromet. 1993) y en la intensificación o variación sintomatológica en la población clínica.
En el caso de personas con trastornos afectivos graves, estos períodos de adaptación del ritmo circadiano pueden llegar a suponer periodos de intensificación sintomatológica (Rosenthal et al., 1984). Por este motivo, las clasificaciones diagnósticas actuales toman en consideración el efecto de los cambios climatológicos bajo la forma de “patron estacional” entre los especificadores de trastornos afectivos como el trastorno bipolar y el trastorno depresivo mayor (DSM-5, 2013). De la misma manera que en los trastornos más relacionados con aspectos afectivos o emocionales, las personas con otro tipo de psicopatología o malester también pueden experimentar variaciones sintomatológicas asociadas a la adaptación al cambio estacional, en tanto suponen un cambio en las circunstancias y condiciones del entorno.
Diversas investigaciones han señalado efectos beneficiosos de la exposición a la luz tanto en personas con trastornos del estado de ánimo más graves (Michalak et al., 2007; Kasper et al., 1989a, Rosenthal et al., 1984, Kripke, 1998; Stain-Malmgren et al., 1998; Leppamaki et al., 2002, 2003) así como también en la población sana, señalando un incremento de la percepción de bienestar y nivel de vitalidad (Partonen y Löonqvist, 2000)

¿Qué es el trastorno afectivo estacional y cuáles son sus síntomas?
La depresión estacional o trastorno afectivo estacional fue inicialmente descrito por Rosenthal (1984) en un grupo de 29 pacientes adultos, que presentaban dificultades afectivas durante el otoño y el invierno, con remisiones en la primavera y el verano. Según las descripciones iniciales, dentro del patrón afectivo estacional se incluían síntomas como irritabilidad, tristeza, ansiedad, reducción de la actividad física, cambios en el apetito, alteraciones del peso, aumento del tiempo de sueño, somnolencia diurna, reducción de la libido, dificultades laborales e interpersonales (Rosenthal et al., 1984).
A partir de esta descripción, la investigación sobre aspectos clínicos y epidemiológicos condujo a la inclusión de subtipos estacionales en las clasificaciones diagnósticas (DSM-III-R) que se mantienen en la actualidad (DSM-5, 2013).
Por otro lado, dado que el estado de ánimo tiende a alcanzar un nivel más bajo en la población general durante el invierno (Harmatz et al., 2000) y que alrededor de la mitad de las personas sin síntomas afectivos significativos llegan a mostrar algunos síntomas de trastorno afectivo estacional durante el invierno (Dam et al., 1998; Kasper et al., 1989), actualmente se considera que existe una variante subsindrómica no patológica (Kasper et al., 1989a, b), donde se incluyen los cambios de humor estacionales más moderados en la población general .
El trastorno afectivo estacional se puede entonces considerar el extremo de un espectro continuo de cambios comportamentales normales asociados al invierno (Wehr y Rosenthal, 1989; Harmatz et al., 2000). Sin embargo, no se trata de una entidad nosológica incluida en las clasificaciones diagnósticas internacionales (DSM, ICD), sino que se considera un especificador o factor influyente dentro de los trastornos afectivos, cuyo diagnóstico depende de la duración e intensidad de la sintomatología presente.
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