Trastornos de la afectividad y de la conducta

En condiciones normales, todas las personas experimentan fluctuaciones en su estado de ánimo de mayor o menor intensidad, en función de sus características y circunstancias personales. El tono afectivo normal se define “eutimia”  y se caracteriza por un nivel de activación medio del estado emocional. En caso de trastornos de la afectividad (emocionales o del estado de ánimo) la persona experimenta un aumento o disminución de su propia activación psicofisiológica y una alteración de la calidad emocional general, que influye en su manera de percibir los acontecimientos y modular su propia conducta.

Se considera la presencia de una trastorno de la afectividad patología del estado de ánimo cuando se establecen condiciones de variabilidad y desequilibrio emocional hacia los extremos, durante periodos prolongados de tiempo, que generan malestar y dificultades de adaptación en la persona.

Los síntomas de los trastornos emocionales presentan cierta variabilidad en función de la etapa vital en que se encuentre la persona (Kazdin, 1987). 

Los niños suelen mostrar más síntomas de tipo ansioso y somático, irritabilidad, frustración y problemas conductuales. Los adolescentes y adultos tienden a presentar con mayor frecuencia alteraciones del apetito, del sueño, de la sexualidad, deterioro del funcionamiento previo (ej. bajo rendimiento) y problemas conductuales.

Trastornos emocionales y de la conducta

¿Qué es la afectividad?

El término afectividad se utiliza como sinónimo del concepto estado de ánimo para señalar los estados internos (mentales y orgánicos) de la persona, que generan una reacción o afectan a cómo nos sentimos, percibimos o afrontamos nuestras experiencias.

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La palabra “afecto” viene del latín (participio del verbo “afficere”) y significa “afectar” o “algo que está actuando”.

El afecto puede generar entonces una influencia agradable o desagradable, que fomente la activación o inhiba a la persona

El término afecto se relaciona con nuestro estado de ánimo en un momento específico y, de manera particular, hace referencia más a una percepción de cómo nos sentimos internamente que a la influencia de los factores externos.

La afectividad o estado de ánimo puede variar a lo largo de tres dimensiones o continuos:

  • Polo positivo – negativo: desde sentimientos de extremo bienestar psíquico (felicidad y placer) hasta sentimientos de profundo sufrimiento (desplacer, tristeza y aflicción).
  • Alta – baja activación emocional (arousal): desde una muy alta activación interna hasta una muy baja activación emocional.
  • Alta – baja dominancia emocional: desde una muy alta sensación de poder controlar las propias emociones hasta una muy baja sensación de poderlas dominar (siendo dominados por ellas).

Los distintos tipos de alteraciones del estado de ánimo pueden relacionarse tanto con una causa externa objetiva y observable (luto, separación, adaptación a un cambio, enfermedad, dolor físico, etc.) como con aspectos internos a la persona, más relacionados con su forma de percibir y experimentar distintas circunstancias.

Cada persona percibe e interpreta sus experiencias desde un punto de vista único y personal, influido por su personalidad y por su  nivel de competencia emocional y de elaboración de la información. Además, tanto experiencia previa como el momento vital en el que se encuentre la persona tendrán una gran influencia en que, lo que en un momento puede parecernos menos relevante, en otro se convierte en un problema aparentemente irresoluble.

Por este motivo, que un hecho o situación concreto pueda o deba generar malestar en una persona es un aspecto difícilmente valorable de manera estática, en tanto que cada persona experimenta, interpreta y, en consecuencia, se ve afectado por los acontecimientos, de una manera distinta y dinámica.


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