Los problemas de conducta infantil generan mucho estrés en el ambiente familiar y pueden aparecer por primera vez alrededor del segundo año de vida, cuando los niños pasan a ser un poco más autónomos, conscientes y, con la ayuda de los padres, empiezan a regularse.
Los problemas de conducta se pueden presentar bajo diferentes formas, aunque las manifestaciones más frecuentes, en niños entre los dos y los cuatro años, consiste en llorar, gritar, romper o tirar cosas, golpear, pegar, tirarse al suelo, etc.
En algunos casos la presencia y la consistencia de los problemas de conducta es tan intensa que influye en la interacción social y escolar, induciendo así a los padres, a los profesores y a los cuidadores, en general, a invertir mucho tiempo en la búsqueda de una posible solución.
¿HAY QUE EVITAR LA ETIQUETA DE “NIÑO MALO”?
Delante de la conducta disregulada (o problemática en cuanto está fuera de contexto), lo primero es no poner la “etiqueta de malo” al niño: el problema es la conducta, no el niño en sí.
En otras palabras, es importante identificar al niño como una persona “buena”, no “mala” y, como consecuencia, es importante criticar conductas específicas, no a sus cualidades como persona. Por ejemplo, es preferible que le digamos: “hoy he visto que has llorado mucho cuando teníamos que volver a casa” en lugar de “hoy en el parque has sido muy desobediente”. De esta forma, discriminamos las conductas que no nos han gustado, evitando la generalización de la conducta negativa a toda la persona (Ianes, Cramerotti, 2002).
¿QUÉ HACER DELANTE DE UNA CONDUCTA PROBLEMÁTICA?
El primer paso consiste en reconocer que existe una dificultad y entender qué alimenta el problema. Una vez detectadas las funciones de las conductas inadecuadas, es posible actuar de muchas formas diferentes, teniendo principalmente en cuenta que es mejor y más efectivo proporcionar refuerzos positivos.
A menudo nos olvidamos de que nuestros hijos poseen muchas habilidades y, cada día, ponen en marcha muchas conductas adecuadas. Estas se manifiestan de forma sencilla, como por ejemplo colaborando en pequeñas tareas, ayudándonos a guardar la compra o llevando algo del supermercado. A veces pasa que nos centramos más en lo que es negativo en lugar de en lo positivo y, de esta forma, el mundo alrededor del niño está formado por muchos “NO”. El adulto tiene que hacer hincapié en las conductas adecuadas y, en muchas ocasiones, esta actitud conlleva un clima de reconocimiento positivo que ayuda al niño a sentirse “bueno” y NO “malo”.
A parte del aspecto estrictamente conductual, es importante reflexionar también sobre el aspecto emocional que acompaña a los comportamientos de nuestros hijos. Un ejemplo son las conductas inadecuadas en el contexto escolar, a menudo determinadas por emociones negativas que influyen en el aprendizaje y en la motivación escolar. Por lo contrario, cuantas más emociones positivas consiga vivir el niño en el entorno escolar, más aprenderá y se sentirá motivado a aprender.
Resumiendo entonces, si queremos que un niño mantenga una actitud correcta, es aconsejable hablarle de una manera positiva. Por ejemplo: cuando el propio hijo grita, la reacción más frecuente de los padres es que ellos también griten para callarle y esto es justo lo que se debe evitar. Una forma adecuada de solucionar este problema podría ser, por ejemplo, incitando al niño a que hable más despacio.
Cuando los niños son pequeños (especialmente en los primeros 3 años de vida) es muy importante que los padres estén muy presentes, para ayudarles en la regulación y corregir enseguida eventuales conductas inadecuadas (por ejemplo, decir “no, el enchufe no se toca” de una manera firme y a la vez dulce).
Cuando los niños son más mayores, es importante empezar a poner reglas verbales o proponer una actividad como premio cuando éstos cumplen con la petición del adulto. Por ejemplo, si el niño quiere salir, se le podría decirle: “si claro, vamos a salir pero antes tendrás que guardar tus juguetes”. Es fundamental que los padres guarden un tono de voz sosegado y tranquilo, respetuoso pero a la vez firme.
¿CÓMO INFLUYEN LAS EMOCIONES DE LOS ADULTOS A LA HORA DE PONER LÍMITES?
Las emociones vividas por los padres y, en general, por los adultos influyen muchísimo cuando se intenta poner límites a las conductas de un niño. Si los adultos son personas nerviosas, pondrán nerviosos a los niños. Si los adultos mantienen la calma y la firmeza suficiente, los niños actuarán en consecuencia. Con la ayuda de los límites, nuestros hijos aprenderán a discriminar lo que está bien de lo que está mal, y se les proporcionará una buena guía para su desarrollo futuro.
Pero para que los límites no sean vividos como una “imposición” de los adultos, es importante dar la posibilidad al niño de elegir. Sin darnos cuenta, los adultos elegimos muchas cosas en lugar del niño. El colegio, la ropa que se tiene que poner, la comida que tiene que comer, etc. Trasladar al niño la posibilidad de elegir, a veces con mucha paciencia, le ayudará a aumentar su autoestima, reforzará su capacidad de expresar sus deseos, sentimientos y su asertividad. Se puede dar la oportunidad de elegir incluso a niños muy pequeños, por ejemplo ofreciendo la posibilidad de escoger que camiseta ponerse o en qué silla quieren sentarse para comer, etc.
Una regla de “oro” consiste en no abusar del “NO”. Esta palabra tendría que ser utilizada exclusivamente en situaciones graves y peligrosas, porque de lo contrario puede acabar perdiendo su significado original.
Por último, para poder intervenir de la manera más eficaz ante los problemas de conducta de los niños, hay que tener en cuenta que el cansancio es un gran enemigo. El adulto tiene que disponer de una buena dosis de flexibilidad, paciencia, firmeza y coherencia educativa.
Referencias
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- McGuigan, F.J. (1996). Psicología Experimental. Métodos de investigación. México: Prentice Hall (Ed. Original 1993).
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- Ianes, D., Cramerotti, S. (2002). Comportamenti problema e alleanze psicoeducative. Erickson.
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- Ellis, A., Grieger. R. (1981). Manual de Terapia Racional ‐ Emotiva. Bilbao.
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