Según David R. Shaffer (2002, p. 115), a lo largo de los dos primeros años de vida del bebé aparecen diversas emociones primarias en momentos distintos. Por ejemplo, al nacer los bebés manifiestan interés, aflicción, disgusto y felicidad (indicada por una sonrisa rudimentaria). Siempre según este autor, otras emociones primarias (o básicas) que aparecen entre los dos meses y medio y los siete meses de edad son la ira, la tristeza, la alegría, la sorpresa y el miedo.
Modelo categorial
En literatura hay dos enfoques del estudio de las emociones: uno categorial y uno dimensional. Según el modelo categorial de las emociones (Ekman, Friesen & Ellsworth, 1972; Izard, 1977; Frijida, 1986; Ekman, 1992), existe un número definido de estados emocionales primarios, prototípicos e innatos, que se activan en respuesta a específicos estímulos ambientales. Las emociones primarias son disposiciones básicas a la acción, fruto de la evolución humana de formas de vida filogenéticamente precedentes. Son el resultado de las funciones de la parte antigua del cerebro (arquicorteza cerebral, amígdala y sistema límbico) que funciona sin implicar la conciencia del individuo, con el propósito de promover la supervivencia a través de una constante exploración del ambiente (Damasio, 1994). A estas emociones se asocia una activación vegetativa de preparación a la acción, así que el corazón late más rápido, se tiembla o se suda, se dirige la atención.

Con la llegada de los mamíferos hace 65 millones de años, se desarrolló también un sistema emocional secundario, localizable en la neocorteza cerebral, que implicó el desarrollo de la conciencia y de la elaboración de estas emociones primarias. Estudios recientes indican que todavía las emociones arcaicas involuntarias siguen dominando tanto la respuesta del individuo como la sucesiva elaboración secundaria a nivel neocortical (LeDoux, 1996). En ausencia de patología una emoción primaria se integra con una secundaria y ambas pueden ser provocadas por el mismo estímulo, al mismo tiempo (Bechara, 2003).
Modelo dimensional
El modelo dimensional de las emociones (Lang, Bradley & Cuthbert, 1998, 2001, 2005; Watson 2000; Judge & Larsen, 2001) intenta explicar como el individuo experimenta y procesa sus emociones a través de la combinación de dos dimensiones de juicio: la de agrado/desagrado (valencia) y de activación (arousal). La valencia de una emoción, es decir su carácter placentero o desagradable, impulsa al individuo a acercarse o distanciarse del estímulo que la provoca (Bradley, Codispoti & Lang, 2000; Konorski, 1967; Hebb, 1949), determinando una motivación apetitiva o defensiva. La activación (arousal) es la fuerza de la respuesta emocional y está relacionada con la intensidad del estímulo ambiental (Miller, 1966) o de una motivación interna (Hull, 1943) que la determina.

En torno a la interdependencia entre estos parámetros (dirección e intensidad emocional) se organizan todos los estados emocionales. Peter Lang (Lang, Bradley & Cuthbert, 2001, 2005) añade a estas dos dimensiones una tercera: la dominancia, que se refiere a la percepción individual de control ejercido sobre el ambiente y la emoción misma.