Cuando nos dirigimos a un niño, tenemos que permitir la creación de un espacio compartido de seguridad y libertad: un “espacio mental potencial” para experimentar su propio sí mismo (Winnicott, 1971). Se tiene que prestar atención a lo que comunica, al modo en que utiliza las palabras, los objetos y a como juega. Según Russ (2004) el juego es un importante medio de comunicación, un instrumento para enseñar, un medio para intervenir en las problemáticas emocionales y de conducta, una manera eficaz de revivir acontecimientos difíciles, un medio que facilita una alianza positiva entre el adulto y el niño. Además los niños repiten en el juego todo lo que en la vida real ha creado en ellos una fuerte impresión y, en este nuevo espacio que ellos construyen, se sienten dueños de la situación, capaces de elaborar los acontecimientos también desagradables de la realidad exterior (Winnicott, 1971).
Además hablar con el niño también significa explorar sus creencias e ideas, utilizando sus respuestas para orientar nuevas preguntas hacia la profundización de lo que piensa en realidad (Piaget, 1926). Esto conlleva la necesidad de empatizar, mostrar una actitud de curiosidad real, tener presente al niño en nuestra propia mente, evitando que el niño se pierda en fabulaciones inducidas.
Este es un ejemplo de como dirigirse a un niño para no conocerle de verdad y sólo desde una perspectiva adulta…