Cuando no se sabe qué preguntar al adolescente

A menudo el psicólogo se encuentra en la condición de no saber qué preguntar, cómo profundizar en algo que siente como problemático, qué palabras utilizar con el adolescente. En nuestras mentes se instaura el miedo de no perturbar, de no ejercer una fuerte presión: no queremos obligar al adolescente a pensar en cosas que todavía no ha vivido, interrumpiendo el equilibrio precario que manifiesta.

De esta manera nos arriesgamos a movernos en un terreno genérico y superficial, nos olvidamos entonces del las posibles razones que han traído el adolescente allí: por un problema específico, por expectativas e inquietudes sobre su propio crecimiento físico y psíquico, por el surgir de deseos eróticos, de nuevos horizontes para la inteligencia, por preguntas sobre el futuro y su propia identidad, por la búsqueda de un espacio privado, por las relaciones con los adultos y con los compañeros. Así que no nos paramos a pensar sobre la realidad escolar, como si fuera una zona fronteriza “entre la adultez y la adolescencia”, entre la realidad exterior e interior, un área caliente “que puede dar muchas informaciones sobre el funcionamiento mental” (Condini et All, 1988).

Foto de adolescente en el campo con capucha en la cabeza y manos en la cabeza.

La adolescencia es un periodo en el que madura el pensamiento autoreflexivo y autoconsciente. Resulta que el adolescente con su actitud rebelde huye de la posibilidad de ser etiquetado, al mismo tiempo que está ocupado en luchar para definir su propia identidad, su nuevo funcionamiento corporal y en adaptarse a realidades sociales complejas. En nuestra sociedad existe una posición paradójica, que consiste por un lado en enfatizar la necesidad de una plena y precoz autonomía y por otra parte en mantener al joven en una condición de no acceso a esta autonomía, prolongando los sistemas de dependencia.   

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