TDAH: ¿Cuáles son sus causas?

Existe evidencia científica de que el Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) podría estar relacionado con una inmadurez de la mielinización en las áreas prefrontales del cerebro (Shaw et al., 2007), responsables principalmente de las funciones ejecutivas: es decir de la modulación del comportamiento y de la atención (Nigg, 2005).

Las áreas prefrontales del cerebro realizan un control inhibidor sobre la conducta, permiten la planificación del comportamiento (teniendo en cuenta las consecuencias de las propias acciones), implican el funcionamiento de otras estructuras cerebrales dedicadas a la memoria de trabajo, a la atención sostenida y selectiva, a la motivación y reacción emocional. Las alteraciones presentes en el TDAH se reflejan en una escasa atención sostenida del sujeto hacia estímulos poco motivadores (que no activan una respuesta emocional de acercamiento), inquietud psicomotriz e impulsividad (interrumpir la actividad de los otros, intervenir cuando no corresponde, no pararse a pensar lo que se puede decir en un específico contexto, etc.)

déficit de atención

Estos aspectos demuestran que en el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), en relación con un menor nivel de maduración neurobiológica, se determina un mal funcionamiento de la atención que no “filtra bien” las señales sensoriales durante la vigilia y no permite dirigir el interés de la persona hacia una fuente o actividad motivadora. Esta dificultad de atención primaria crearía un círculo vicioso en el que la persona se distrae y actúa la impulsividad a través de conductas hiperactivas o pasivamente (a través de inhibición o internalización).


Temperamento, contexto y conducta

Por un lado la capacidad de sentirse atraído por un estímulo, encontrar placer y motivación en algo, gestionar emociones positivas y negativas en respuesta a determinados estímulos, aunque mal filtrados por el proceso de la atención, son profundamente modulados, desde la primera infancia, por aspectos ambientales de sintonización y regulación emotivo-relacional, conductual y de adaptación al contexto.

Aspectos como el temperamento, la personalidad y el ambiente de referencia del niño pueden contribuir, junto con la inmadurez de las funciones ejecutivas y la desatención, en una menor regulación a nivel conductual y emocional, en reacciones impulsivas o de cierre en uno mismo, falta de motivación y concentración.

déficit de atención

El desarrollo del control voluntario, de la capacidad de entender las consecuencias de las propias acciones, de gestionar las propias emociones, el temperamento y la personalidad son parte del proceso de socialización, durante el cual los niños pueden aprender a controlar sus impulsos, para mostrar comportamientos más aceptables socialmente (Eisenberg et al., 2005; Kochanska, Murray & Harlan, 2000; Kopp, 1982; Kopp & Neufeld, 2003). Los padres y el ambiente de referencia juegan un papel importante en este proceso, ajustando, corrigiendo y ayudando a regular las conductas de sus hijos (Karreman, van Tuijl, van Aken & Dekovic, 2008; Olson et al., 2005; Gartstein & Fagot, 2003; Kochanska & Knaack, 2003).

A nivel comportamental, la inhibición (o internalización) y la impulsividad (o externalización) son también manifestaciones de una híper/hipo regulación emocional y conductual del niño (Iandolo, Esposito & Venuti, 2012; Gray & McNaughton, 2000; Eisenberg et al., 1995). Se trata de dos tipos de dificultad emocional que constituyen la expresión disfuncional de uno (Cattell, 1970) o más rasgos de personalidad (Guilford & Zimmerman, 1949; Comrey, 1970; Eysenk, 1969; Goldberg, 1981, 1990; McCrae & John, 1992; Costa & McCrae, 1995; Barbaranelli et al., 1995; Saucier & Goldberg, 1996a-b). Por un lado, la internalización consiste en un control excesivo de las emociones que conlleva una fuerte timidez, demanda de atención, sentimientos de inutilidad, inferioridad y dependencia (Achenbach, 1991; McCulloch et al., 2000). Por otro, la externalización se refiere a comportamientos caracterizados por un bajo control de las emociones, dificultades en las relaciones interpersonales, en el respeto de las reglas, irritabilidad y agresividad (Achenbach, 1991; Hinshaw, 1992).

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Referencias

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