Entre los 2 y 3 años de edad las rabietas son la forma de expresión de la frustración más frecuente en los niños y, hasta los 4 años, se consideran una manifestación socialmente aceptada aunque desagradable para el entorno. A partir de los 5 años el niño ya posee ciertas capacidades lingüísticas y de reconocimiento emocional que deberían permitirle expresar las rabietas de una forma más madura, modulando (y no inhibiendo) la experiencia emocional personal.
La importancia de interacciones adecuadas con los padres, donde estos modelen corrijan y ayuden a regular las conductas de sus hijos, se ve demostrada en los casos de niños privados de este tipo de interacciones en la primera infancia. Distintas investigaciones han demostrado que los niños que crecen en ambientes con estrés crónico, problemas de apego y ausencia de interacción con sus padres tienden a mostrar dificultades en el control y regulación emocional, la tolerancia a la frustración y en el auto-control.
